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Una perspectiva cristiana del sexo

La actitud de la sociedad hacia el sexo ha oscilado de un extremo al otro. “La persona de la época victoriana, escribe Rollo May, buscaba tener amor sin caer en la relación sexual; la persona moderna busca tener la relación sexual sin caer en el amor”.1 Del punto de vista puritano que consideraba el sexo como un mal necesario para la procreación, hemos arribado a la popular visión del playboy sobre el sexo como una cosa necesaria para la recreación.

Ambos extremos son incorrectos y no están de acuerdo con las intenciones de Dios acerca de las funciones del sexo. El punto de vista negativo crea en los casados sentimientos de culpabilidad acerca de sus relaciones sexuales; el punto de vista permisivo convierte a la gente en robots, comprometiéndose con el sexo sin mucho significado y satisfacción.

¿Cómo deberían, pues, relacionarse los cristianos con el sexo? ¿Qué dice la Biblia acerca de la sexualidad? Como un cristiano que confía en las enseñanzas bíblicas, los siguientes siete principios me han resultado muy útiles para entender cómo deberíamos relacionarnos con el sexo.

Principio 1: La Biblia se refiere a la sexualidad humana en forma positiva.

Empecemos por el principio: “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó” (Génesis 1:27).* Después de cada acto creativo, Dios dijo que “era bueno” (Génesis 1:12, 18, 21, 25), pero después de la creación del ser humano como hombre y mujer, Dios dijo que “era bueno en gran manera” (Génesis 1:31). Esta apreciación divina inicial de la sexualidad humana como “bueno en gran manera” demuestra que las Escrituras consideran la distinción sexual de hombre/mujer como parte de lo bueno y perfecto de la creación original de Dios.

Nota también que la dualidad sexual humana como hombre y mujer está explícitamente relacionada con el hecho de haber sido ambos creados a la imagen de Dios. Como la Escritura distingue al ser humano de otras criaturas, los teólogos generalmente han pensado que la imagen de Dios en la humanidad se refiere a las facultades racionales, morales y espirituales que Dios ha dado al hombre y a la mujer.

Sin embargo, hay otra manera en que podemos entender implícitamente la imagen de Dios, según Génesis 1:27: “A imagen de Dios los creó; varón y hembra los creó”. Por eso la masculinidad y la feminidad humana, reflejan la imagen de Dios en que un hombre y una mujer tienen la capacidad de experimentar la unidad en el compañerismo como el que existe en la Trinidad. El Dios de la revelación bíblica no es un ser solitario simple que vive en aislamiento eterno sino que es un compañerismo de tres seres unidos íntima y misteriosamente y a quien adoramos como un solo Dios. Esta misteriosa unidad en la relación de la Trinidad es reflejada como una imagen divina en la humanidad, en la dualidad sexual de masculinidad y feminidad, unida misteriosamente como “una carne” en el matrimonio.

Principio 2: La relación sexual es un proceso por el cual dos llegan a ser “una carne”.

En Génesis 2:24 se expresa el compañerismo íntimo entre un hombre y una mujer: “Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer y serán una sola carne”. La expresión “una sola carne” se refiere a la unidad total de cuerpo, alma y espíritu entre parejas casadas. Esta unión total puede ser experimentada especialmente por medio de la relación sexual cuando el acto es la expresión de un amor genuino, de respeto y de compromiso.

La frase “serán una sola carne”, expresa la idea de Dios con respecto a la relación sexual en el matrimonio. Nos dice que Dios ve el sexo como un medio por el cual un marido y una esposa pueden alcanzar una nueva unidad. Es digno de notar que la expresión “una carne” nunca se emplea para describir la relación entre un niño con su padre y su madre. Un hombre debe “dejar” a su padre y a su madre para llegar a ser “una carne” con su esposa. Su relación con su esposa es diferente de la relación con sus padres, porque consiste de una nueva unidad consumada en la unión sexual.

Llegar a ser “una sola carne”, también implica que el propósito del acto sexual no es solamente el de procreación (para producir 10 hijos) sino también psicológico (llenar las necesidades emocionales de consumar una nueva relación de unidad). Esa unidad implica la voluntad de revelar el más íntimo yo físico, emocional e intelectual al otro. En la medida en que llegue a conocerse en la forma más íntima, la pareja experimenta el significado de llegar a ser una sola carne. La relación sexual no asegura automáticamente esta unidad; más bien consuma la intimidad de una reciprocidad perfecta que ya se desarrolló.

Principio 3: El sexo implica conocerse mutuamente en lo más íntimo.

La relación sexual dentro del matrimonio permite a la pareja a conocerse mutuamente de una manera que no puede serlo de ninguna otra forma. Participar en la relación sexual no solamente significa descubrir el cuerpo de uno sino también el interior de uno frente al otro. Por esta razón las Escrituras a menudo describen la relación sexual como “conocer” (ver Génesis 4:1), que es el mismo verbo empleado en hebreo para referirse a conocer a Dios.

Obviamente Adán llegó a conocer a Eva antes de su relación sexual, pero por medio de la relación sexual llegó a conocerla más íntimamente. Un autor cristiano, Dwight H. Small, muy apropiadamente, comenta: “El revelarse ante el otro mediante la relación sexual invita al descubrimiento de sí mismo en todos los niveles de la existencia personal. Esta es una revelación exclusiva única de los integrantes de una pareja. Ellos se conocen a sí mismos más que a cualquier otra persona. Este conocimiento único es equivalente a reclamar al otro como genuina pertenencia. La desnudez y la relación física es un símbolo del hecho de que nada está oculto o sustraído entre ellos”.2

El proceso que conduce a la relación sexual es de un aumento de conocimiento mutuo. Desde el encuentro inicial, pasando por la amistad especial, el noviazgo, el matrimonio y la relación sexual, la pareja va logrando un conocimiento mayor de cada uno. La relación sexual representa la culminación de ese concimiento recíproco profundo e íntimo. Como lo dice Elizabeth Achtemeier: “Sentimos como si las más ocultas profundidades internas de nuestra existencia fueran traídas a la superficie y reveladas y ofrecidas a cada uno como la expresión más íntima de nuestro amor”.3

Principio 4: La Biblia condena el sexo fuera del matrimonio.

Ya que el sexo representa la más íntima de todas las relaciones interpersonales, el expresar la unidad de “una sola carne” en total compromiso, no puede ser expresada o experimentada en una unión sexual casual donde la interacción es puramente recreativa o comercial. La única experiencia de unión en relaciones tales es la de inmoralidad.

La inmoralidad sexual es seria, porque afecta al individuo más profunda y permanentemente que cualquier otro pecado. Como lo dice Pablo: “Cualquier otro pecado que el hombre cometa, está fuera del cuerpo; mas el que fornica, contra su propio cuerpo peca” (1 Corintios 6:18). Algunos podrían decir que también la glotonería y las borracheras afectan a la persona por dentro. Sin embargo, estos no tienen los mismos efectos permanentes sobre la personalidad como los que produce el pecado sexual.

La indulgencia en el comer o beber puede ser superada, las cosas robadas pueden ser devueltas, uno puede retractarse de las mentiras y reemplazarlas por la verdad, pero el acto sexual, una vez cometido con otra persona, no puede deshacerse. Ha ocurrido un cambio radical en la relación personal de la pareja involucrada que no podrá deshacerse nunca. Esto no significa que el pecado sexual es imperdonable. Las Escrituras nos dan la seguridad por medio del ejemplo y del precepto de que si confesamos nuestros pecados, el Señor es leal y justo para perdonarnos todos nuestros pecados y “limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9). Cuando David se arrepintió de su doble pecado de adulterio y asesinato, Dios lo perdonó (ver Salmos 51 y 32).

Principio 5: El sexo sin compromiso reduce a una persona al nivel de una cosa.

Las relaciones sexuales fuera del matrimonio no asumen responsabilidad. Las relaciones casuales de este tipo destruyen la integridad de la persona al reducir al nivel de un objeto de gratificación personal. A veces, algunas personas que se sienten heridas y usadas después de una relación sexual, se sustraen definitivamente de toda actividad sexual por temor de ser usadas nuevamente, o tienden a usar su cuerpo egoístamente, sin ninguna consideración por los sentimientos del otro componente de la pareja. En cualquier caso, la sexualidad de uno queda distorsionada porque él o ella han destruido la posibilidad de emplearla para relacionarse genuina e íntimamente con la persona que aman. No debiera usarse la relación sexual con el objeto de meramente divertirse en una ocasión y como forma de expresar amor genuino y compromiso con otro compañero o compañera en otra ocasión. La perspectiva bíblica de unidad, intimidad y amor genuino no puede consumarse practicando el sexo fuera del matrimonio o practicándolo con múltiples compañeros. Las parejas comprometidas probablemente dirán que están compartiendo un amor genuino cuando se activan sexualmente antes del matrimonio. Desde una perspectiva cristiana, una pareja comprometida para casarse debe respetarse mutuamente y mirará el compromiso como un tiempo de preparación para el matrimonio, y no como si fuera ya un matrimonio. Hasta que no se tomen los votos matrimoniales, existirá la posibilidad de romper con la relación. Si una pareja ha tenido relaciones sexuales premaritales, ha comprometido su relación y cualquier disolución subsecuente dejará cicatrices emocionales permanentes. Sólo cuando un hombre y una mujer tienen la voluntad de llegar a ser uno, no sólo verbal sino legalmente, asumiendo también responsabilidad por el compañero, es cuando pueden sellar su relación por medio de la relación sexual. En ningún otro campo la moral cristiana ha sido más atacada que en el vasto ámbito de la sexualidad fuera del matrimonio. Lamentablemente, aunque la condenación bíblica de los actos sexuales ilícitos es muy clara, es ignorada por la introducción y el uso de “términos suaves” o eufemismos. Por ejemplo, muchos se refieren a la fornicación como “sexo premarital”, acentuando el “pre” en vez de acentuar el “marital”. Al adulterio se lo define como “sexo extramarital” y no como un pecado en contra de la ley moral de Dios. Se suaviza la homosexualidad separándola de las serias perversiones mediante expresiones que van de la “desviación” a la “variación homosexual”. Más y más cristianos caen en el engañoso razonamiento de que “si es amor, está bien”. Se reclama que si un hombre y una mujer están profunda y genuinamente enamorados, tienen el derecho de expresar su amor por medio de la unión sexual sin casamiento. Algunos alegan que el sexo premarital libera a la gente de sus inhibiciones morales, dándoles una sensación de libertad emocional. La verdad es que el sexo premarital añade presión emocional, porque reduce el amor sexual a un nivel puramente físico sin el compromiso que tienen dos personas casadas.

Principio 6: El sexo sirve tanto para la procreación como para la relación.

Hasta principios de nuestro siglo, los cristianos generalmente creían que la función primaria de la relación sexual era el de la procreación. Otras consideraciones concernientes a la unidad de la pareja, la relación y el placer, eran consideradas secundarias. Pero ese orden fue invertido en el transcurso del siglo XX. Desde un punto de vista bíblico, la actividad sexual dentro del matrimonio tiene que ver no sólo con la reproducción sino también con la relación personal. Como cristianos, debemos recuperar y mantener el equilibrio bíblico entre estas dos funciones del sexo. La relación sexual es un acto placentero de perfecto intercambio que engendra un sentido de unión, al mismo tiempo que ofrece la posibilidad de traer una nueva vida a este mundo. Debemos reconocer que el sexo es una dádiva divina que puede ser disfrutada legítimamente dentro de los vínculos matrimoniales. Pablo urge a los esposos y a las esposas a consumar sus responsabilidades matrimoniales juntos, porque sus cuerpos no les pertenecen a ellos solamente, sino al otro. Por esa razón, ninguno debe privar al otro de esta relación, a excepción de que haya mutuo consentimiento por un determinado período de tiempo, para dedicarse a la oración. Entonces deben llegarse de nuevo el uno al otro, para no ser tentados por Satanás, por falta de control propio (1 Corintios 7:2-5; ver también Hebreos 13:4).

Principio 7: El sexo capacita al hombre y a la mujer a reflejar la imagen de Dios en una actividad creativa.

De acuerdo con la enseñanza bíblica, el sexo no solamente engendra una misteriosa unidad del espíritu, sino que también ofrece la posibilidad de traer hijos a este mundo. “Fructificad y multiplicaos”, dice el mandamiento del Génesis (Génesis 1:28). Por supuesto, no todas las parejas tienen la capacidad o la justificación de tener hijos. La vejez, la infertilidad y las enfermedades genéticas son algunos de los factores que tornan imposible, o no aconsejable, que se tenga hijos. Sin embargo, para la gran mayoría de las parejas, el tener hijos es parte normal de su vida matrimonial. Esto no significa que todo acto de unión sexual debería terminar en una concepción. David Phypers escribe que “no estamos hechos para separar el sexo de la procreación y aquellos que lo hacen en forma radical y definitiva, meramente por razones personales, se quedan cortos con respecto a los propósitos de Dios en sus vidas y corren el peligro de que sus matrimonios y su actividad sexual se conviertan en autogratificantes. Solamente mirarán hacia adentro para su satisfacción propia, en vez de mirar hacia afuera, hacia la experiencia creativa de traer una nueva vida al mundo y nutrirla hasta la madurez”.4

La procreación como parte de la sexualidad humana levanta una gran controversia sobre la contracepción. ¿Significa acaso el mandamiento de fructificar y multiplicarnos, que debemos dejar el asunto de la planeación familiar a la misericordia de Dios? La Biblia no contiene ninguna experiencia explícita sobre el asunto. Creo que la relación sexual es tanto relacional como procreacional. El hecho de que la función del sexo en el matrimonio no es solamente para producir hijos, sino también para expresar y experimentar el amor mutuo y la dedicación, implica la necesidad de ciertas limitaciones sobre la función reproductiva del sexo. Es decir, la función relacional del sexo, puede solamente permanecer como una experiencia dinámica viable, si su función reproductora es controlada. Esto nos lleva a otra pregunta: ¿Tenemos derecho de interferir con el ciclo reproductivo establecido por Dios? La respuesta histórica de la Iglesia Católica ha sido un rotundo “¡NO!” Sin embargo, la posición católica tradicional ha sido templada por el Papa Pablo VI en su encíclica Humanae Vitae (Julio 29, 1968), en la cual reconoce la moralidad de la unión sexual entre marido y mujer, inclusive en la no dirigida hacia la procreación de hijos.5 Es más, la encíclica, al mismo tiempo que condena los contraceptivos artificiales, permite los métodos naturales de control de la natalidad como el conocido “método del ritmo”, el cual consiste en confinar la relación sexual a los períodos no fértiles del ciclo menstrual de la esposa. La intención de la encíclica Humanae Vitae de distinguir entre los contraceptivos “artificiales” y “naturales”, considerando el primero inmoral y el último moral sugiere en sí mismo un sentido artificial. En cualquier caso, es la inteligencia humana la que previene la fertilización del huevo. Es más, rechazar como inmoral el uso de contraceptivos artificiales, puede conducir al rechazo como conducta inmoral, del uso de cualquier vacuna artificial, hormona, o medicación que no es producida naturalmente por el cuerpo humano. David Phypers escribe: “Como la mayoría de las invenciones humanas, la contracepción es moralmente neutral: lo que cuenta es lo que hacemos con ella. Si la usamos para practicar el sexo fuera del matrimonio, o en forma egoísta dentro del matrimonio, o si por medio de ella invadimos la vida privada de otros matrimonios, podríamos efectivamente estar desobedeciendo la voluntad de Dios y distorsionar la relación matrimonial. Sin embargo, si la empleamos con el propio respeto por la salud y el bienestar de nuestro cónyuge y nuestras familias, entonces puede elevar y fortalecer nuestros matrimonios. Por medio de los contraceptivos podemos proteger nuestro matrimonio de las tensiones físicas, emocionales, económicas y psicológicas que pueden producirse por embarazos frecuentes, y al mismo tiempo podemos usar el acto del matrimonio en forma reverente y amorosa, como fue la intención original, para una unión permanente”.6

Conclusión

La sexualidad humana es parte de la hermosa creación de Dios. No hay nada pecaminoso en ella. Sin embargo, como todas las buenas dádivas de Dios para los seres humanos, la relación sexual ha llegado a formar parte del perverso plan de Satanás para alejar a la humanidad de las intenciones de Dios. En la relación del hombre y la mujer que se acercan para llegar a ser “una sola carne”, la función del sexo es unificadora y procreadora. Cuando se viola esa relación, cuando el sexo ocurre fuera de la relación matrimonial, sea premarital o extramarital, violamos el séptimo mandamiento. Eso es pecado, un pecado en contra de Dios, en contra de la otra parte y en contra del cuerpo de uno mismo. Pero la Biblia no nos deja sin esperanza. Nos presenta la gracia de Dios y el poder para reponernos de todo pecado que nos acosa, inclusive el sexual. A pesar de que el pecado sexual deja una cicatriz en la conciencia, y le produce dolor a la otra persona, el verdadero arrepentimiento puede abrir la puerta al perdón de Dios. No hay pecado, por grande que sea, que la gracia de Dios no pueda sanar y restaurar. Todo lo que tenemos que hacer es asirnos de esa gracia, porque ella nos capacita a utilizar el potencial que Dios ha puesto en nosotros. Lo cual se aplica también al sexo. En una época permisiva en la cual prevalecen la promiscuidad sexual y la licencia, es imperativo que reafirmemos como cristianos nuestro cometido al punto de vista bíblico respecto al sexo como una dádiva divina para ser gozada solamente dentro del matrimonio.

Samuel Bacchiocchi (Doctor en Teología de la Pontificia Universidad de Roma) enseña teología e historia de la iglesia en Andrews University, Berrien Springs, Michigan, EE.UU. de N.A. Este artículo es una adaptación del capítulo 3 de su libro The Marriage Covenant. Se lo puede ordenar a: Biblical Perspectives, 4990 Appian Way, Berrien Springs, MI 49103, EE.UU. de N.A. US$13, porte pagado.

*Todos los pasajes bíblicos que se citan son de la edición de Reina-Valera, revisión de 1960.

Notas y referencias

1.   Rollo May, “Reflecting on the New Puritanism”, en Sex Thoughts for Contemporary Christians, ed. Michael J. Taylor, S.J. (Garden City, New York: Doubleday, 1972), p. 171.

2.   Dwight H. Small, Christian: Celebrate Your Sexuality (Old Tappan, N. J.: Revell, 1974), p. 186.

3.   Elizabeth Achtemeier, The Committed Marriage (Philadelphia: Westminster, 1976), p. 162.

4.   David Phypers, Christian Marriage in Crisis (Bromley: Marc Europe, 1985), p. 38.

5.   Humanae Vitae, paragraph 11.

6.   Phypers, p. 44.


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